miércoles, 4 de agosto de 2010

Infinitas penurias

Francisco apoyó su cabeza contra la fría ventana del tren en una de las mañanas más pausadas y lentas de la historia.
Sus facciones pálidas rara vez cambiaban y la única imagen que denotaban era la de una tristeza incomparable.
De tanto en tanto levantaba su mano izquierda para despeinarse y volverse a acomodar el pelo, sin ningún sentido pero era lo poco que podía hacer para darle locomoción a su inactivo cuerpo.
Todo lo que sucedía a su alrededor poco le importaba, solo lo fastidiaba el sólo hecho de pensar en lo rutinario que se volvía prestarle atención.
En cierto momento, llegó a pensar, que por más que en ciencias exactas haya estado en ese tren solo media hora, parecía que había permanecido allí por una eternidad como si estaría navegando por un eterno océano de vías, gente ensardinada y cada tanto ruidos de barreras.
Deseaba con los dientes rechinando que algo malo suceda, que un auto choque, que una señora se caiga al piso o que simplemente se corte la luz de su vagón. Todos estos sentimientos pesimistas poco tenían que ver con venganza sino que con el hartazgo que padecía.
El final del sufrimiento llegó cuando el tren frenó en la estación de Retiro y ante el hormigueo de seres humanos que eso representa Francisco se bajó del vehículo que ofició de su propio elemento de tortura, para decir:

- Destesto cuando se me queda sin pila el MP3 la re puta madre!